El día que comprendí que era más listo que un adulto

Ignacio Segura
3 min readFeb 14, 2017

Tarde o temprano todos los niños descubren que son más inteligentes que algún adulto de su entorno. En ese momento descubren varias cosas muy importantes: Aprenden que hay personas que saben más que ellos sólo porque llevan más tiempo en este mundo. Aprenden también que hay gente que aún así, no sabe de lo que habla. Y aprenden que a veces tener razón no es suficiente.

Aprenden a callarse.

Yo aprendí a callarme muy pronto. Tenía unos ocho años, recuerdo el momento perfectamente.

El profesor lanzó una pregunta a la clase: cómo haríamos para reforestar un desierto.

Era una pregunta inmensa, desbordante. La enormidad del problema era evidente: ¡no puedes reforestar un desierto! Pero la naturaleza sí puede, con tiempo. La única manera en la que yo veía alguna posibilidad de éxito era poniendo en marcha un proceso de transformación de la tierra. No intentar repoblar todo el desierto, sino concentrarse en repoblar un área pequeña y dejar que crezca. En mi cabeza yo veía árboles creciendo y extendiéndose por sí solos, transformando la tierra a su alrededor.

Recuerdo intentar explicarle al profesor que si conseguías tener unos pocos árboles, ellos ganarían terreno al desierto.

Pedí la palabra y empecé a explicar mi plan maestro al profesor. No recuerdo cómo se lo expliqué, pero seguro que lo hice como el culo. Lo que sí recuerdo es que no pude terminar, porque el profesor me quitó la palabra, señaló a una niña y ella dijo lo que el profesor esperaba oír: «regando y abonando mucho».

Era la respuesta del libro.

Era una respuesta idiota. Lo sé ahora y lo sabía entonces. Pero para el profesor, la respuesta idiota era correcta.

¿Es que yo era el único que entendía que no puedes andar «regando y abonando mucho» todo el puto desierto?

Recuerdo la humillación. Recuerdo la frustración. Y recuerdo mirar al profesor y darme cuenta de que mi supuesto superior intelectual no me entendía.

Probablemente no fue exactamente así, pero es lo que quedó en mi cabeza. Mi forma de ver el mundo, a los demás y a mí mismo quedó modelada por la memoria de ese suceso.

¿Y qué importa eso?

Por sí mismo no importa nada, pero si yo viví un momento así, seguro que miles de niños están viviendo un momento como ese cada día. Es algo preocupante cuando lo ponemos a escala global: hay una enorme cantidad de talento intelectual que tiene que aprender a callarse porque necesita la aprobación de alguien intelectualmente inferior.

Tantísimos niños y niñas que tienen que aprender a bajar el listón y parecer menos inteligentes. Cada día. Niños y niñas que bajarán la cabeza cuando sean adultos porque es lo que aprendieron, y porque «tengamos la fiesta en paz».

El mundo del futuro va a necesitar mucha gente brillante desarrollando todo su potencial. En este siglo nos enfrentaremos a toda clase de problemas desconocidos para la humanidad hasta ahora, desde pequeñas incomodidades diarias hasta problemas de escala planetaria. Ese mundo va a necesitar gente que no se guarde sus ideas, porque las ideas por sí mismas no valen nada. Lo que vale es la capacidad para convertir esas ideas en realidad. Y para que eso ocurra, tenemos que enseñarles que las ideas crecen cuando las trabajas, que cuantas más ideas dejas crecer, más ideas tienes, y que la forma de someter tus ideas a la realidad no es preguntarle a alguien, es llevarlas a cabo. Tenemos que enseñarles a hacer pruebas, experimentos, borradores, prototipos.

No resolveremos esos problemas respetando a los mediocres.

Tantas veces se ha hablado de «no dejar a ningún niño atrás». Dejar a niños y niñas brillantes con su potencial a medio desarrollar, ¿no es dejarles atrás?

Los adultos tenemos que aceptar que hay una gran cantidad de niños que antes de ser adolescentes son ya más inteligentes que nosotros. Más inteligentes, más rápidos, más capaces de aprender. La única ventaja que tenemos sobre ellos es que con tan poca edad todavía ignoran muchas cosas, pero ese conocimiento es lo único que les falta. El potencial para superarnos lo tienen.

Eso es lo que necesitamos.

En lugar de eso, hay quien todavía les dice a los niños que un desierto se reforesta «regando y abonando mucho».

Y tú, ¿cuándo descubriste que eras más listo que un adulto?

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Ignacio Segura

Graphic design nerd focused on all things visual and interactive. Currently working as consultant for World Bank.